Los sueños de libertad nos impulsan a arriesgar cometiendo a veces errores guiados por la intuición y el deseo de ser dueños de nuestra vida. Mas, igual cuando conseguimos nuestro sueño de volar libres nos damos cuenta de que esa dependencia tampoco era un peaje tan caro de pagar.
En los rincones más profundos de nuestra mente, la libertad no es más que un espectro que nunca alcanzamos por completo. Aspiramos a una vida sin ataduras donde cada decisión sea exclusivamente nuestra, cada camino elegido sea por voluntad propia. Estos sueños de autonomía infinita nos llevan a veces a arriesgar, a seguir la intuición con esperanza y temor, pero con mucha valentía, seguimos adelante. Pero a medida que recorremos el camino, descubrimos que siempre hay alguien o algo que maneja los hilos de nuestra vida; igual es alguien invisible pero siempre omnipresente, guiándonos y condicionándonos.
Incluso en los momentos de descanso, esos sueños no pueden ser totalmente nuestros; están marcados por las influencias externas, por las expectativas y las invisibles normas que nos rodean. Y así, seguimos buscando esa libertad esquiva, imaginando que la independencia total nos traerá esa paz que tanto ansiamos.
Sin embargo, al final de ese viaje, puede que encontremos la verdadera libertad cuando encontremos la soledad más absoluta, donde ya no existirán los hilos que nos aten pero tampoco nadie para compartir ni alegrías ni pesares. Esta nueva situación de libertad, tan pura e inmaculada nos mostrará; aunque algo tarde, que la ausencia de ella, era precisamente lo que daba sentido a toda una existencia, pues es la chispa que enciende la verdadera felicidad. Las normas se hacen para convivir y la convivencia lo es por el bien de todos y no únicamente por el de uno mismo porque la libertad de uno, acaba justo donde comienza la del otro.