El Camino infinito de
Andoni Moreta
Andoni Moreta
Andoni Moreta Hernández, un profesor vasco cuya experiencia vital fue ligada al Camino de Santiago que pasó a ser ya su Camino de Vida
El día que conocí a Andoni fue, como no podía haber sido de otro modo, un día de fotar. Mi cabeza estaba centrada en una fotografía que llevaba maquinando desde hacía unas semanas, de esas fotos que haces con la mente cuando pasas y la ves desde el coche. Ese día estaba más o menos a un quilómetro del lugar y a pesar de que me quedaba algo a desmano y tenía que recoger a una persona una hora más tarde, quise aprovechar la oportunidad. En esta afición sabemos que hay que hacerlo cuando está para uno o puede que en la siguiente visita ya no haya foto.
Además, se dió la casualidad de que ese día hice algo de lo que no tengo costumbre: escuchaba música a través de los auriculares del teléfono móvil.
Cuando estaba llegando a la localización de la foto, tuve la impresión de que un hombre me estaba llamando sentado desde un banco público, pero de primeras no le presté mucha atención pues mi cabeza estaba centrada en la foto que tenía a unos metros más adelante y como soy un tipo poco hablador (nótese ironía) sabía que detener la marcha equivaldría a olvidar quitar la foto que me llevó hasta el lugar.
Realizada la exposición, miré el reloj y pensé que tendría aún un ratillo para charlar con aquel hombre y, si alguna cosa he aprendido de la Fotografía, es que siempre vien a mostrarnos historias interesantes durante nuestras salidas. Esta no iba a ser menos.
Cuando llegué junto aquel hombre sabía que su historia me iba a gustar y también que no habría tiempo suficiente para profundizar en ella. Tenía claro la pena que me quedaría de no poder hablar largo y tendido con él por culpa del tiempo; algo que en nuestra cultura occidental condiciona tanto.
El señor no tenía mala presencia pero se notaba que era una persona que vivía en la calle. Nunca me gustó, como fotógrafo urbano, hacerle fotos a la gente desamparada o vulnerable. Por supuesto, llevaba mis cámaras colgando pero en ningún momento tuve la intención de quitarle una foto ni la tendría en cualquier otra salida, al menos de una forma que se pudiese haber identificado o que yo aprovechase la situación para sacar rédito. Así que cuando vi con quién iba a comenzar una conversación, no lo hice pensando en fotar, sinó en responder a lo que creí era una llamada de atención y ayudar en lo que fuese posible llegado el caso.
-Buenas tardes, señor -le saludé- me dió la impresión de que antes me hablaba, pero no estoy del todo seguro si era a mi a quién se dirigía usted.
-Sí, era a usted -me respondió Andoni.
-¿Y qué era lo que deseaba?
-Solamente le preguntaba si esas cámaras le hacían fotógrafo.
-¿Cómo? -A primeras no comprendí la pregunta y, por prejuicio; sí, confieso que soy culpable de haber prejuzgado a aquel hombre porque si la pregunta iba con la intención que debía de ir, tenía que estar ante alguien culturalmente muy avanzado.
-Lleva usted una cámara colgando del cuello que creo le hace fotógrafo, pero también esta otra más pequeña que no parece quedársele muy atrás, colgada del brazo y que también le hace fotógrafo.
En ese momento fue cando me di cuenta de que además de la música hoy había decidido salir con dos cámaras a hacer fotografía urbana: una gran Olympus Em-1X y también la pequeña Olympus Em-10 MkIII. Dicen que para hacer fotografía en la calle hay que pasar desapercibido y que por eso debemos llevar cámaras pequeñas, pero yo creo que también parece más sincero hacer que te vean, no ocultar lo que estás haciendo. Son dos formas de ver y actuar en esta disciplina fotográfica.
Al aceptar que iba a tener que enfrentarme a un hombre más culto de lo que me había parecido, decidí darle una respuesta tal y como se la hubiese dado a cualquier otro fotógrafo:
-Pues no, las cámaras no me hacen fotógrafo, ni a mi ni a nadie. Ya podría ir con veinte cámaras encima (aunque fuesen Leicas, Hassel o Rolleys) y no me convertirían necesariamente en un fotógrafo.
-Y entonces, ¿qué es lo que le hace a usted fotógrafo? Porque me tiene pinta de fotógrafo -se veía que Andoni tenía la intención de llevar él la conversación y eso a mi tampoco era que me importase mucho.
-Lo que me hace fotógrafo es la intención.
-"La intención" -me imitó- no esperaba que me dijese eso; ¿sabe una cosa? a mi me tienen hecho muchas fotos.
-No me sorprende -le respondí ante ese brusco giro de la conversación- tiene usted un rostro muy interesante.
-¿Por?
-Su piel muestra el paso del tiempo, pero no un paso cualquiera. Puedo leer en sus arrugas el sudor de quilómetros caminados, experiencias buenas pero también terribles. Es una persona que cualquier fotógrafo quisiera retratar.
-¿Y por qué siendo usted fotógrafo aún no lo hizo? -¡buena pregunta! pensé. Menudo zasca, como dicen los modernis.
-Porque no lo haría sin su consentimiento y porque aunque hago retratos; y, de hecho, me encanta hacerlos; hoy venía a otra cosa y estaba con la cabeza en una fotografía urbana que es lo que realmente suelo hacer. Yo no soy periodista, tampoco fotógrafo profesional. Soy un aficionado pero me considero fotógrafo por la intención. Sin embargo, y si usted me lo permite, por supuesto que estaría encantado de quitarle un par de fotos.
-Adelante -concedió- las que usted quiera, ya estoy acostumbrado a ello. ¿Cómo quiere usted que me ponga? ¿quiere que mire a cámara? ¿hago alguna cosa en particular?
-No, gracias, no quiero que haga nada que no estuviese haciendo antes de mi llegada, quien se debe mover soy yo. Usted lo que puede hacer es olvidarse unos segundos de mi pues no pienso tardar mucho más.
Cuatro fotos fueron las que le hice, ni una más. Dos con la Em-10 porque tenía en ella un 17mm (equivalente a un 34mm en FF) y otras dos con la Em-1X en la que tenía montado un 45mm (equivalente a un 90mm en FF). No me llevó más de un minuto conseguir aquello que llevaba viendo mentalmente mientras hablábamos. Seguidamente, me senté a su lado en el banco.
-¿Ha terminado ya? -me preguntó sorprendido- Nunca antes había tardado nadie tan poco tiempo en hacerme una foto.
-No necesito más, yo no miro con la cámara, lo hago con los ojos, así que la cámara solamente reflejará aquello que mis ojos quieren recordar y, para eso, no necesito hacer trescientas fotos. Con dos por cada cámara es suficiente, ahora es mejor aprovechar para continuar conversando que la vida es corta y el tiempo apremia.
Ese día me despedí asegurándole que investigaría un poco más sobre quién era y le dejé claro que deseaba poder volver a verlo para disfrutar juntos del resultado de aquella pequeña sesión. También le dejé una pequeña propina para que pudiese tomar algo por ahí o para lo que le apeteciese.
Andoni Moreta Hernández, maestro en un centro de Educación Especial en el País Vasco, casado y padre de familia con tres hijos, a principios de siglo no podría siquiera imaginar el rumbo que tomaría su vida por culpa de su profesión que era además también su vocación.
Va hoy camino de los setenta años de vida, una vida que fue a dar un giro de ciento ochenta grados cuando tenía cincuenta y tres, un dieciséis de febrero de dos mil ocho. En esta fatídica fecha, una alumna autista de Andoni se cayó por una ventana del centro desde un primer piso con la mala y desgraciada suerte de quedar en estado comatoso. Desde entonces, Andoni, que no era religioso, quedó muy afectado, rezó a quién le pudiese escuchar y pidió por la salvación de la niña comprometiéndose a realizar el Camino de Santiago si algún diós lo escuchaba y ayudaba.
Al poco tiempo, la joven de doce años mostró una ligera recuperación comenzando a mover los dedos de los pies. Como buen pagador, Andoni comenzó el nueve de marzo de dos mil ocho su Camino tal y como había prometido. Y la promesa tenía que ser cumplida hasta el día de la recuperación absoluta de su bienquerida alumna. Pero por desgracia, a los dos meses la joven no pudo superar los daños de su accidente y falleció quedando Andoni totalmente hundido. Llegados a este punto, quisiera hacer un inciso para enviarle un cariñoso abrazo de pésame a la familia de esa niña porque el dolor de Andoni no podrá superar jamás la pérdida de un progenitor. Esto lo tengo muy presente en el momento que escribo estas palabras.
Desde entonces, Andoni no ha dejado de caminar y ya estamos llegando a la segunda década recorriedo caminos y carreteras, yendo y viniendo por el Camino de Santiago además de otras rutas más allá de nuestras fronteras, pues caminó por muchos lugares de Europa e incluso llegó a visitar Siria en tiempos donde el conflicto ya estaba a ser patente en las calles, un lugar al que asegura le gustaría poder volver pero que no lo ve posible actualmente.
En sus rutas siempre vuelve por Galicia, un lugar donde se siente bien recibido por la gente. Siempre encuentra algún lugar donde pasar la noche. En su camino se encuentra con personas que lo invitan a dormir en hoteles o albergues; que por cierto, asegura que no son lugares para el descanso de la gente pobre, "hoy los albergues son más un negocio turístico que de peregrinaje". Como el propio Andoni asegura, "un pobre no puede hacer el Camino".
Andoni será recordado por muchos caminantes y peregrinos sobre todo por sus primeros años de aventuras en las que iba acompañado de una perra llamada Tau de raza cruzada entre pastor belga y lobo. Un regalo que recibió de unos militares en León. Esa perrilla fue creciendo tanto que al final, y por evitar problemas, decidió dejársela a un amigo de Burgos donde se quedó muy bien cuidada.
Su camino ya no se detuvo más, pero él vive tranquilo y feliz con lo que hace. No sufre remordimientos familiares; pues entiende que su familia, además de apoyarlo en su decisión, no ha quedado mal. La casa que tenía quedó para su cónyuge y sus hijas contaban ya con cuarenta años de vida y por lo tanto, tampoco quedaban desamparadas. No soy yo quién de juzgar estas decisiones y creo que ningún lector debería serlo tampoco; igual, los únicos con la postestad para hacer crítica al respecto deberían ser sus propios familiares con los que nunca tuve oportunidad de hablar y por lo tanto desconozco sus opiniones.
A pesar de su apariencia, no es un tipo que pida dinero, porque según él mismo me decía, no sabe hacerlo. Tampoco sabe robar. El dinero que consigue es el que la gente le ofrece voluntariamente. A veces, un lugar donde quedarse a descansar; otras, un bocado que llevarse a la boca; la mayor parte de las veces, algo de dinero. Él no necesita más. Lo tiene pasado muy mal, pero también tiene una gran colección de buenas anécdotas en todo el tiempo que lleva caminando él solo con su mochila... y también antes con Tau, por supuesto. Andoni; con todo, prefiere olvidar las cosas malas y quedarse solo con lo bueno de la vida. Se siente feliz y no necesita más para poder vivir feliz a su manera.
Yo puedo dar fe de que sabe hablar, porque es un tipo educado; y de que también es difícil que alguien que lo conozca y se detenga a charlar un poco con él no termine por darle algo de dinero.
Eso si, con tantos quilómetros recorridos, que a día de hoy le calculo a ojo más de treinta mil, también debe ser un portento físico que na nos gustaría a más de uno.
Mi último encuentro con Andoni antes de escribir esta publicación fue justamente en mi barrio, en O Milladoiro. Allí siempre se sitúa en la misma esquina y se le puede ver sentado durante unos días en el mismo lugar, en el cruce entre a Rúa da Cruxa con la Avenida de Rosalía de Castro, hasta que vuelve a colgarse la mochila y parte hacia un nuevo destino. Me pregunto como ha sido posible que no me hubiese dado antes con él aunque por otro lado me alegro mucho por ello, ya que igual el encuentro no hubiese sucedido con la misma magia.
Estábamos llegando a la Navidad de 2022 y me llevé una grata sorpresa al encontrarme con él en este rincón. Él también fue quién de reconocerme en un suspiro, algo que me sorprendió mucho. Le dije que llevaba prisa y le di una propinilla explicándole que si se quedaba allí un ratillo volvería para hacerle entrega de un pequeño regalo que le tenía pendiente y que aprovecharía para sentarme un ratillo a su lado y hacernos algo de compañía y de paso hablar un poquillo.
Terminé con mis recadillos y cuando volví, en su sitio no encontré más nada que la mochila. Esperé unos minutillos hasta que regresó. Llovía. Nos sentamos uno al lado del otro y me dijo sin tapujos que venía de gastarse mi propina en la máquina recreativa de un bar. Le confirmé lo que ya sabía de mi, que no lo iba a juzgar por ello y que agradecía la sinceridad. Yo entiendo que él sabe bien cn lo que cuenta cada día y tiene previsto tanto cómo, dónde y cuándo va a comer o dormir. No me causó preocupación alguna. Una persona capaz de sobrevivir a lo largo de tantos quilómetros no necesita nada de mi y mucho menos compasión.
Me contó que pasaría un par de días más en ese lugar, que era en el que se quedaba cuando pasaba por O Milladoiro y que le gustaba porque la gente lo trataba bien. Mientres pasábamos ese tiempo juntos, vi como la generosidad de mi vecindario se hacía notar y más de una moneda se dejó caer a pesar de mi presencia.
Me dijo también que la Policía Local lo había echado esa misma mañana de las pistas deportivas que hay al lado del Pabellón Polideportivo donde se encontraba a cubierto tratando de dormir un poco. Le expliqué que justo allí también hay colegios y que si no lo conocen, es muy posible que lo echasen por seguridad; que lo tenía que comprender. Pero también soy de la opinión de que las autoridades deberían entender que no es una persona conflictiva ni se mete con nadie, le deberían buscar una alternativa y tampoco deja de ser un ciudadano usando un espacio público. Los dos puntos de vista son comprensibles. Pero el problema que tiene Andoni es que mucha gente no sabe qué hay detrás de su historia ni el nivel de educación que puede llegar a tener alguien en sus condiciones. El ser humano (y aquí no me libro ni yo) tiende a prejuzgar. Marcar la diferencia es ofrecernos la oportunidad de cambiar ese diagnóstico inicial. Pero lo que no llego a entender es que la pobreza sea una molestia ornamental.
Fue entonces cuando me arriesgué a presentarle un regalo que no sabía de entrada si lo iba a guardar o a usarlo como papel higiénico. Tampoco me importaba mucho; más que un regalo, era su derecho.
Le hice entrega de dos de las fotos que le había realiado, impresas en tamaño de veinte por quince centímetros. Cuando las vió, me dijo que le gustaban mucho y justo con una frase que no olvidaré: "Sabía que ibas a hacer algo distinto y personal a todos las otras fotos que me habían hecho antes". Eso, para un fotógrafo, es una compensación de mucho valor. Me alegró muchísimo que le hubiesen gustado. Aproveché para preguntarle si me dejaría publicarlas y hablar de él y de nuestro encuentro. No se opuso, simplemente me dijo que él no tenía Internet, a lo que yo le repliqué que ni falta tenía de ello... y así es como Andoni llegó hasta Memoriam Urbis.