En la confusión entre luces y sombras las pareidolias revelan rostros ocultos y figuras etéreas tanto en los paisajes urbanos como en los rurales. Se nos invita a la contemplación y a la conexión con el espíritu de todo lo que nos rodea; una especie de animismo naturalista y veneración a los antepasados. En el País del Sol Naciente igual le llaman a esto algo así como sintoísmo, no diría yo que no.
En las encrucijadas del mundo visible donde lo urbano y lo rural se mezclan en una harmonía silenciosa, las pareidolias forman sus contornos. En los reflejos de las aguas fluviales y en las sombras de los edificios cosmopolitas las formas emergen revelando rostros y figuras que parecen susurros de los Kami, los espíritus venerados en el sintoísmo.
Los árboles en los paisajes rurales, con sus troncos nudosos y las frondosas copas, ocultan antiguos secretos mientras en las calles de la ciudad las siluetas de los edificios compiten por contar olvidadas historias. Cada piedra, cada rincón, es una manifestación de la divina esencia que habita en todas las cosas. El viento que recorre los campos abiertos y los ríos que serpentean entre las montañas, murmuran leyendas de tiempos pasados en un eterno diálogo con la humanidad.
En el frenesí de la vida cosmopolita, entre los cristales de las marquesinas y los neones de los escaparates, los reflejos mezclan lo cotidiano con lo transcendente. Los rostros humanos se convierten en etéreos espectros; fragmentos de múltiples realidades que existen más allá de nuestra inmediata percepción. La fotografía, como acto de contemplación, me sirve para capturar estas manifestaciones fugaces revelando la sencilla belleza del momento presente.
De esta forma, en la mística invocación de las pareidolias, encuentro una invitación a ver más allá de lo aparente, a reconocer la presencia de los Kami en cada aspecto de mi vida y de mi entorno. El sintoísmo, con su reverencia por la naturaleza y por el ciclo de la vida, nos guía a una mayor comprensión hacia la interconexión hacia todo lo que nos rodea. Es en ese juego de luces y sombras, de formas y de figuras, donde esa magia del mundo se desvela ante mis ojos recordándome que todo está vivo y que cada cosa posee un alma propia y su motivo de ser y existir.